Como ya sabes, en la adolescencia se dan muchas conductas arriesgadas. Conductas que pueden tener consecuencias nada agradables y que incluso pueden dejar un eco profundo que resuene en la vida adulta.
Sin embargo, no todas las conductas arriesgadas que se dan en esta etapa son adolescentes. Hay conductas adultas que suponen grandes riesgos en este momento del ciclo vital.
Estas conductas están relacionadas con un dolor poderoso y profundo. Un dolor que genera miedo y se esconde tras él.
Aprender a sentir ese dolor, a dejarlo salir, a entenderlo y a canalizarlo para que no interfiera durante esta etapa y tenga consecuencias desagradables es esencial. ¿Sabes qué es lo que más duele en la adolescencia?
Para las personas adultas, lo que más duele en la adolescencia es decir adiós sin poder marcharse. Soltar sin desaparecer. Es seguir mirando a pesar de que sabes que se va a estrellar cuando no puedes hacer nada para impedirlo.
Es como cuando estás viendo una peli, sabes que la protagonista va a meterse en un follón tremendo si hace lo que va a hacer y tú le gritas a la pantalla, en el salón de tu casa: «¡no entres ahí!».
Sabes que la protagonista no te va a oír, pero tú lo sueltas igual. No puedes evitarlo. Y cuando entra y le pasa lo que le pasa, aunque sufres con ella, ahí queda todo.
Acompañar en la adolescencia es algo parecido a eso. La diferencia es que en la peli no puedes hacer nada por la protagonista y, en cambio, en el mundo real puedes hacer muchas cosas para ayudar a las personas adolescentes de tu vida cuando se meten en el follón y no has podido hacer nada para evitarlo.
Lo primero que puedes hacer es reconocer y aceptar que no vas a poder evitar todo lo que va a pasar, que podrás aprender a prevenir algunas cosas, pero no todas, y que lo que sí que está en tu mano es atender lo que pase después.
Acoger, sostener y ayudarlas a significar lo que les ha pasado para que puedan aprender de ello y no quede como un eco en su vida adulta.
«Te digo adiós para que puedas volver siendo tú misma y contarme lo que has aprendido».
El duelo que las personas adultas de la familia experimentan durante la adolescencia despierta un montón de emociones que no sabían que existían, aviva un montón de creencias que no sabían que tenían y las empuja a hacer cosas que creían que nunca harían.
La adolescencia pone a prueba la salud mental de las familias porque, lamentablemente todavía, no suelen prepararse para esta etapa y no saben realmente lo que implica ser adolescente, lo que significa la adolescencia en el conjunto del ciclo vital.
Algunas familias creen, cual adolescente, que no les va a pasar a ellas. Viven con esa especie de fábula personal que las hace pensar que son invulnerables a algunas cosas. Otras piensan todo lo contrario, que todo les va a pasar a ellas.
Ambos casos están desajustados y muchas veces, ese miedo, ese dolor que puede causar ambas formas de pensar y de hacer, hace que por exceso o por defecto, muchas conductas adolescentes, que acompañadas hubiesen significado un aprendizaje más, se acaben convirtiendo en lo menos deseado.
Así, uno de los mayores riesgos de la adolescencia es que las familias no se atrevan a soltar, por uno u otro motivo, no pongan los medios necesarios para enfrentarse al dolor, al miedo, y ajusten sus decisiones y su conducta a las necesidades de la etapa. Sin culpas y sin dramas, con responsabilidad.
«Marcas la diferencia si tu miedo no impide su libertad».
Marcas la diferencia si tu humildad te permite aprender lo necesario para dejarla ir y acompañarla al volver en esta compleja e imprescindible etapa.
No será fácil, no será un camino de rosas, pero ¿cuándo la maternidad ha sido algo sencillo? Nunca. La paternidad ya es otra cosa, pero ese es un tema en el que no voy a entrar. He escuchado muchas veces decir: «Pues en la época de mi abuela no había tantas tonterías y no estamos tan mal». Díselo a la mía que tuvo 9 hijas en una época en la que la lavadora no existía.
Díselo a las consecuencias que arrastran muchas personas que fueron educadas en modelos autoritarios, inflexibles, insensibles y punitivos.
Díselo a la cantidad de traumas que arrastramos, al orgullo al que nos aferramos para no reconocer que nos equivocamos, a los problemas para relacionarnos o autocontrolarnos que tenemos, a la imposibilidad de construir un mundo acogedor y justo para todas.
Pues a lo mejor sí estamos tan mal.
La maternidad nunca ha sido fácil. Cada etapa, como sabes muy bien, tiene sus retos. Cada momento del ciclo vital tiene sus necesidades.
La maternidad es acompañar a la vida. Es brindar la posibilidad de ser en todo nuestro esplendor. Y eso es una pasada.
Para las personas adolescentes, lo que más duele en la adolescencia es tener que vivirla en soledad, sin una referente adulta significativa, sintiendo que nadie te entiende, con miedo y sin la posibilidad de desarrollarse tal como es necesario.
No las dejemos solas solo porque tenemos miedo de que se vayan o de que sufran. Ayudémoslas a entender que el dolor también forma parte de la vida y démosles estrategias para que aprendan a sentirlo, entenderlo y canalizarlo.
Tener la posibilidad de acompañar y dar la posibilidad de ser acompañadas como necesitan va a mejorar tu relación con las personas adolescentes de tu vida y, sobre todo, va a mejorar su vida. Y eso es un acto de amor del bueno.
Si mejora su vida seguro que la tuya también será un poquito o un muchito mejor.
Tu miedo va a estar ahí, eso está claro. Tu dolor porque se van alejando va a darte algún que otro pinchazo en determinados momentos, pero entender que ese dolor es bueno, es necesario para que ellas puedan tener lo mejor, es algo que puede ayudarte a sobrellevar los peores días.
El dolor de acompañar la adolescencia hacia la vida adulta debería ser un dolor de los buenos. Como el que sentimos cuando nos hacen un masaje, porque sabemos que nos sentiremos mejor cuando acabe.
No estás sola y puedes compartirlo con otras personas que te entienden y te ayudan a sostener el día a día. Eso es un regalo, busca esos espacios para ti, para acompañarte a ti misma en esta etapa.
Acompañar la adolescencia no es sencillo, pero ser parte de los riesgos de la etapa sí lo es. Por eso te animo a que te dejes acompañar. A que busques la forma de sentir ese dolor, de entenderlo y canalizarlo, porque está ahí y puede salir en formas diversas e impedir tu tarea, tan bonita e importante, de acompañarlas a vivir.
Te invito a que mires a la personas en ciernes que tienes delante, adolescentes aún, y veas todo lo que hay de ti en ellas. Todo lo que hay de vida en ellas.
Te aseguro que vale la pena el esfuerzo. Y lo mejor de todo es que, si las has acompañado como necesitan, siempre van a volver y un día valorarán tu esfuerzo, podréis hablar de ello y brindaréis juntas para celebrarlo. No te pierdas eso. Piel de gallina tengo.
Te explico todo lo que te será útil saber sobre la adolescencia para acompañarla como necesita, incluyendo pautas prácticas de uso diario en casa, en mis conferencias.
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