«Antes no había tantas tonterías y no estamos tan mal».
FALSO.
«Antes» se experimentaba un tipo de «educación» que se conseguía promoviendo una malentendida disciplina basada en castigos, prohibiciones e imposiciones.
Una «educación» basada en inocular el miedo, en invalidar las emociones, en promover el individualismo, condenar la diversidad y perpetuar un sistema capitalista heteropatriarcal.
Muchas de nosotras ni siquiera sabemos que somos el resultado de ese tipo de «educación».
Yo lo constato cada vez que alguien me pregunta: «¿por qué hablas en femenino?».
Cada vez que alguien que no tiene formación en educación me dice que los castigos son la mejor opción.
Cada vez que miro los porcentajes de mi perfil de Instagram y vuelvo a comprobar que menos del 5% de las personas que están en la comunidad (más de 47.000 personas) son hombres.
Cada vez que se produce un hecho terrible como el de la menor de Igualada.
Pensemos en qué mundo queremos para mañana, en cómo queremos que sean las adultas de mañana porque hoy SÍ que estamos tan mal.
Si ya sabemos que las personas nos desarrollamos mejor si nos sentimos vinculadas a lo que estamos aprendiendo, si estamos relajadas, si tenemos alrededor personas que nos valoran, si nos sentimos escuchadas, si las personas que nos rodean nos facilitan las ayudas que necesitamos para seguir avanzando, si sabemos todo eso: ¿qué nos empuja a seguir manteniendo un sistema que no funciona?
¿Qué hace que seamos incapaces de cambiar?
La disciplina debe ser entendida, en mi opinión, como la capacidad de mantenernos en algo para conseguir mejorarlo. Para, como decía un gran profesor que tuve, ser libres.
«La disciplina nos da la libertad», decía.
La disciplina son rutinas que nos dan la posibilidad de construir estructuras internas que nos sostengan, que nos permitan llegar donde queremos llegar.
Demos a las personas en desarrollo el espacio que necesitan para aprender, eduquemos para el futuro, para la celebración de la diversidad, y promovamos un modelo de disciplina cuyos cimientos sean el amor, la confianza, el respeto, la firmeza, la constancia y la paz.
Solo la educación es capaz de transformar el mundo en el que estamos en un mundo en el que valga la pena vivir. En el que no haya miedo si salimos solas a la calle, en el que la violencia no sea una opción, en el que las personas no sean etiquetadas por su orientación sexual, por su situación socioeconómica…
Un mundo en el que tengamos oportunidades para desarrollarnos sin sentir a cada paso la presión que nos hace meternos en un molde, no salirnos del camino marcado, no ser demasiado ni demasiado poco.
Nos merecemos un mundo en el que convivir no implique luchar por defender derechos que claman al cielo por lo básicos que son.
Por un mundo sin violencias. Las violencias no educan. Las violencias no nos dejan aprender. Las violencias no construyen. No deberíamos necesitar usar la violencia para transformar lo que no nos gusta, lo que no funciona.
El castigo es violencia. La letra con sangre entra, es violencia. Los niños no lloran, es violencia. Una bofetada a tiempo, es violencia. De cara a la pared, es violencia. De rodillas con los brazos en cruz, es violencia.
No, antes no se educaba mejor, porque si fuera así, hoy estaríamos mejor. Y no lo estamos.
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